El despertar en España ha sido más doloroso y también trágico de lo que nadie imaginó, pero también en el resto de Europa. El ascenso imparable de nuevos o viejos partidos definidos por las banderas más tradicionales de la extrema derecha, la xenofobia y el nacionalismo, es la muestra más palpable del desconcierto y desencanto con que muchos europeos vislumbran un futuro que no aciertan a descifrar. De algo de ello hablo aquí, pero también de los desafíos de un continente envejecido, demográficamente hablando, de las necesidades de sus mayores, de las esperanzas y también frustradas expectativas de sus jóvenes o de la búsqueda del equilibrio, del sentido de la vida, que la prosperidad no siempre ofrece de manera automática y las crisis arrebatan.