si nos quedamos mucho tiempo en un sitio tendemos a acostumbrarnos, a sentirnos como en casa. Las evocaciones nostálgicas surgen en cualquier lugar por anodino que sea, como pasa a veces con las flores. Olvidamos en cierto modo el superior atractivo que revisten otros lugares y nos abandonamos, caemos en un humor tolerante, de aceptación, que se justifica y se recompensa por sí mismo. Recordando el otro día unas cuantas vivencias mías me sorprendió mucho comprobar cuánto debo a mi estancia en este tipo de sitios: seis semanas en una zona rural poco agradable han hecho más, según parece, por la educación de mis sensibilidades que muchos años en lugares más afines a mi inclinación.