Catapila llega al pueblo y Robert lo acoge como a un hermano, entregándole un trozo del bosque que ha heredado de sus padres para que pueda trabajar la tierra y dar sustento a su familia. Como muestra de agradecimiento y respeto, cada noche Catapila trae de su plantación frutas y hortalizas que comparte con Robert. De vez en cuando, también le presta dinero que tiene la delicadeza de no reclamarle nunca. Hasta que un día Robert queda hechizado por el trasero de la hija de Catapila. Pocos días después, los Catapila deciden abandonar el pueblo.
Empiezan así los problemas para Robert, acostumbrado ya a vivir de los Catapila, y al que le gusta más beber con los amigos, ir a entierros y rondar a las mujeres que trabajar.
Una reflexión sobre la diferencia, el esfuerzo, el sentido de la propiedad y las supersticiones narrada con una buena dosis de sarcasmo. Una historia que nos muestra lo fácil que es pasar de la hospitalidad a la guerra y lo cómodo que es culpar al otro de nuestras desgracias.