Un día, sin embargo, fui más lejos que de costumbre en el coche, dejé atrás el valle de los Monumentos y llegué hasta el almacén navajo de Oljeto. La palabra significaba «luna en el agua», lo cual en sí mismo era suficiente para atraerme, pero, además, alguien de Bluff me había dicho que el matrimonio que regentaba el almacén, el señor y la señora Smith, sabían más de la historia de la región que ninguna otra persona en muchos kilómetros a la redonda. La señora Smith era nieta o biznieta de Kit Carson y la casa en que vivía con su marido estaba llena de mantas y cerámica de artesanía navaja, una colección de objetos indios digna de un museo. Pasé un par de horas con ellos, bebiendo té en la fresca oscuridad de su cuarto de estar, y cuando finalmente encontré el momento de preguntarles si habían oído hablar de un hombre al que llamaban George Boca Fea, ambos menearon la cabeza y dijeron que no. ¿Y de los hermanos Gresham?, les pregunté. ¿Habían oído hablar de ellos? Claro que sí, contestó el señor Smith, eran una banda de forajidos que desapareció hacía unos cincuenta años. Bert, Frank y Harlan, los últimos asaltantes de trenes del Salvaje Oeste. ¿No tenían un escondite en alguna parte?, pregunté, tratando de disimular mi excitación. Alguien me dijo una vez que vivían en una cueva, me parece que era en lo alto de las montañas. Creo que está usted en lo cierto, comentó el señor Smith, yo también lo he oído decir. Se supone que estaba en las cercanías del puente del Arco iris. ¿Cree usted que sería posible encontrarla?, le pregunté. Antes puede que sí, murmuró, puede, sí, pero ahora no le serviría de nada buscarla. ¿Por qué?, pregunté. Por el pantano de Powell, respondió él. Toda esa parte está ahora bajo el agua. La anegaron hace unos dos años. A menos que tenga un buen equipo de buceo, no es probable que encuentre nada allí.