Con tales teorías no era acaso de sorprender que hacia 1978, 22 años después de escribirse sus primeros párrafos, la novela se encontrara en un punto muerto. Más asombroso resultaba, para quienes no la conocían a fondo, que la presunta novelista no pareciera frustrada ni urgida de avanzar. En ese trance de la vida de Gabrielle Anghelotti en que, como un tumor maligno, la decadencia se cernía ya sobre su víctima sin que nadie pudiera aún percibirla, entró en escena mi amigo Alberto Urquidi.