Nació en un establo ordinario, de padres ordinarios, pero el suyo era un propósito extraordinario. Vino para llevarnos al cielo. Su muerte fue un sacrificio por nuestros pecados. Jesús fue nuestro sustituto. Él pagó por nuestras equivocaciones para que nosotros no tuviéramos que pagarlas. El deseo de Jesús fue único: traer a sus hijos de vuelta a casa