A las nueve en punto las autoridades se hallaban reunidas en el ayuntamiento, arrastrando sillas y moviendo papeles, envueltas en sus pieles para protegerse del frío. Además de Heinrich, estaba presente Christian Turner, un observador que representaba al obispo Georg Golser. Y otros observadores eran Sigismund Sämer, sacerdote de la cercana parroquia de Axams, y el doctor Paul Wann, un clérigo de Passau y otro amigo del obispo. El obispo Georg estaba enfermo y no había podido asistir, pero se había asegurado de que hubiera ojos vigilando a Heinrich. Un notario de la ciudad redactaba las actas, y tras todos ellos estaba la autoridad del archiduque. Aunque él no estuviera presente, el tribunal se hallaba a unos metros de su casa con tejados de oro, y el juicio solo se habría celebrado con su aprobación. Heinrich le dijo al ujier que trajera a Helena de las celdas que había bajo el ayuntamiento, donde llevaba presa desde principios de octubre. Sus primeros intercambios de frases fueron espinosos. Helena protestó acerca del juramento que la obligaba a decir la verdad, lo que podría ser otra señal de sus inclinaciones reformistas, pues algunos reformistas rechazaban los juramentos que implicaban objetos sagrados. Finalmente, «tras muchas palabras del inquisidor», como resume el notario, «ella juró por los cuatro evangelios de Dios decir la verdad». A continuación, la interrogarían, y si el tribunal lo estimaba necesario, sería torturada. En ese punto ella probablemente confesara y fuera condenada a muerte.