Un murciélago, perturbado por la luz, o por mis movimientos, se soltó de los jirones de un tapiz y dio algunas vueltas vertiginosas alrededor de mi cabeza, descansando luego en la esquina más oscura. Al levantarme del inestable montón de basura donde había yacido, algo que había estado entre mis rodillas cayó al suelo dando un fuerte golpe.
Era mi banjo.
Bien, eso es todo lo que puedo contar. Mi salud estuvo seriamente comprometida. Casi toda mi sangre pareció haber sido extraída de mis venas. Estaba pálido, ojeroso, ¡y helado!
Jamás lo olvidaré. Aquella noche me acompañará en la tumba.