Supongamos que una de las hijas casadas del señor Forley tiene una hija, y la otra, un hijo. ¿Qué sucedería con el dinero?» «Sería todo para el niño –contestó él–, con la obligación de pagar determinada cantidad anual a su prima, la niña. Cuando ésta muera, todo volverá a ser del niño y de sus descendientes.» ¡Piénselo, señora! El hijo de la hija a la que Forley aborrecía y cuyo marido escapó de la venganza porque se lo llevó la muerte se queda con la propiedad de todo en contra de los deseos del señor Forley; la hija de la hija a la que ama queda de por vida en situación de dependencia de su primo, ¡que es de baja cuna! Hay motivos de mucho peso para procurar que el hijo de la señora Kirkland figure como muerto al nacer. Y, si, según creo, el registro de defunción se hizo con un certificado falso, todavía hay más motivo para ocultar la existencia