Y sin pensarlo dos veces echó a correr sendero abajo. Sin mirar atrás. Sabía que no podía despedirse del doctor. Si lo hubiera hecho, le habría abrazado y convencido de que se quedase. Sabía que estaba haciendo una locura lanzándose al foco de la infección, pero fue el mismo doctor Sato quien escogió su nombre japonés, hacía ya mucho tiempo. Se llamaba Kazuo, hombre de paz, por lo que no debía tener miedo de enfrentarse a la peor de las guerras esgrimiendo como única arma el fiero corazón de un samurai enamorado.