nguna fiesta de bienvenida para el joven caballero, ninguna celebración, ninguna recepción, ni siquiera una flor. Sólo un húmedo viaje en coche por un camino oscuro y encharcado, entre un túnel de árboles melancólicos hasta salir a la pendiente del parque, donde pastaban ovejas grises y mojadas, y luego la cumbre donde la casa desplegaba su oscura fachada parda y el ama de llaves y su marido parecían flotar como inquilinos inseguros sobre la faz de la tierra, dispuestos a recitar entre dientes alguna fórmula de bienvenida.
No había comun