El autor no es más que un constructo cultural, el producto de una época, una clase, un sexo, de expectativas y apetitos socialmente determinados, etc. A lo más, el análisis de Barthes muestra cómo el lenguaje que aparece en la superficie está montado sobre una estructura escondida de supuestos, haciendo que estos supuestos totalmente artificiales parezcan «naturales», «universales» e incluso inevitables. Este fue el caso, por ejemplo, de la novela burguesa y los valores culturales no cuestionados sobre los cuales descansa.