que me horrorizó fueron los signos de decadencia. Partes de los preciosos rebordes desgastados parecían haberse desprendido, y los vagos contornos georgianos de la casa eran incluso más inciertos que antes. La hiedra había crecido y después se había marchitado en zonas disparejas, y colgaba como greñas enredadas. Los escalones que llevaban a la amplia puerta de entrada estaban agrietados, y entre