lugar estaba lleno de los carademaniáticosexualreprimido habituales en un establecimiento que vende a cinco pesos el trago, pero todos le temían al cantinero. Y no tanto al cantinero: al machete que guardaba debajo de la barra. El encargado del congal odiaba que molestaran a sus clientes, y además era un ladies’ man, dispuesto a defender a las femmes, fueran fatales o no. La reportera pidió la otra, sacó de su bolso una libretita y comenzó a tomar apuntes.