En plena Segunda Guerra Mundial y en la Francia de Vichy, Marc Bloch elaboró desde la clandestinidad una de las más apasionadas, hermosas y sofisticadas defensas del trabajo del historiador y del valor de la historia, convertida ya en un clásico. Pero lejos de ser un elogio acrítico, es también una denuncia del peso de la herencia que había dado forma a la historia hasta el momento, como la del positivismo y sus excesos cienticifistas, o de la ciega resistencia a incluir otras disciplinas —tales como la economía, la psicología, la sociología o la lingüística— en sus investigaciones, reivindicando así una visión integral de la historia. Un alegato que formula una nueva y sólida concepción del oficio de historiador, atendiendo a las múltiples motivaciones y eventos causales que intervienen en el desarrollo de los acontecimientos históricos. A través de una rigurosa reflexión, Bloch indaga en el trabajo intelectual del historiador con sus fuentes y herramientas, y en cómo puede diseñar y establecer un método crítico —racional y sistemático— en sus investigaciones. El resultado es una de las visiones más renovadoras e influyentes sobre la historia escrita, en un momento donde esta parecía descomponerse sin control, pero donde Marc Bloch supo hallar las claves para defender su autonomía y legitimidad.