Provocación

Los políticos, como es habitual con los políticos, no tenían la menor idea de nada.

Que estas doce palabras sean el auncio del siniestro statu quo: sin una catástrofe global de la vida no existiría el Ser Humano.

La cada vez peor calidad intelectual de las élites políticas dirigentes es resultado de la creciente complejidad del mundo. Como nadie, por sabio que sea, puede abarcarlo en su totalidad, los que se meten en política son gente a la que esa limitación no le preocupa en absoluto.

El hecho de que expertos competentes sirvan e incluso se vendan a políticos de pocas luces y poca capacidad de previsión no es un gran problema, teniendo en cuenta que ni siquiera entre los expertos de primer orden hay acuerdo en ninguna de las cuestiones fundamentales de nuestro mundo. No se sabe, pues, si una logocracia de expertos peleados sería mejor que esos gobiernos de tipos mediocres de los que dependemos.

La división del trabajo, también del intelectual, iniciada hace unos treinta mil años en el paleolítico, es ya un fenómeno irreversible y no hay nada que hacer. Queramos o no queramos hemos puesto nuestros destinos en manos de los expertos. Los políticos, a su manera, también son cierto tipo de expertos, solo que autoproclamados.

No es mejor estratega el que sabe que para vencer al enemigo hay que cogerlo por sorpresa, sino el que tiene claro cómo hacerlo.

Todo gran proyecto en la historia, blanco o negro, se distancia de su autor y se plasma en una actividad colectiva según la lógica que lo rige. El mal es más multiforme que el bien. Existen teóricos del genocidio incapaces de matar una mosca y naturalistas que matan con amore, aunque carecen del don de los primeros: el de justificar el crimen. El nazismo reunió en su jerarquía a unos y a otros, porque los necesitaba a todos. Como instigador moderno del genocidio, en su hipocresía, se apoyó sobre dos pilares: la ética del mal y la estética del kitsch.

El mito del buen tirano y de las mediocres sabandijas que tergiversan sus intenciones tiene una larga tradición. Si entre la mente de Hitler y el estado en que dejó Europa hay una mínima correspondencia, está claro que quería, sabía y ordenó.

El bien nunca se remite al mal como razón de ser, mientras que el mal siempre ve su razón de ser en un bien.