La vida cotidiana atravesada por la clase está en constante remiendo. Los rotos son las personas de clase obrera, pero también los constantes destrozos de una existencia popular; las fracturas de una vida hostil, rota, como una kelly al final del turno. Roto como el ánimo de quien pierde dos horas cada día en el transporte público o en la sala de espera de un ambulatorio, sin esperanza de mejora; sin futuro. Rotos de dolor al enterrar a un compañero muerto en el tajo que se partió la cabeza al caérsele una lámina de hierro de 500 kilos o sufriendo el insomnio que provoca la incertidumbre por la proximidad de un ERE o la falta de carga de trabajo en una fábrica que no es tuya, pero te da de comer. Los rotos conllevan remiendos, zurcidos y repuestos. La clase obrera lo es porque está en continua fractura y reconstrucción. No hay nada estable, concreto e irrompible en la existencia de una vida trabajadora. Las grietas forman parte de la normalidad, son algo a lo que habituarse sin que esa sensación de fragilidad acabe por demoler la confianza. Zurcir es una forma artesana de paliar el paso de la existencia de la clase trabajadora, porque no hay vida humilde sin esa urdimbre visible.Esta obra es una visión personal, íntima y subjetiva de cómo el origen social influye en la vida de la clase trabajadora.