Esta es la razón por la que la globalización en cualquiera de sus formas capitalistas —ajuste estructural, liberalización del comercio, guerras de baja intensidad— es en esencia una guerra contra las mujeres; una guerra especialmente devastadora para las mujeres del «Tercer Mundo», pero que socava la forma de vida y la autonomía de todas las mujeres proletarias del mundo, incluyendo las que viven en los «avanzados» países capitalistas. De esto se desprende que la condición económica y social de las mujeres no se puede mejorar sin luchar contra la globalización capitalista y sin una deslegitimación de las agencias y de los programas que sustentan la expansión global del capital, comenzando por el FMI, el Banco Mundial y la OMC. Por ello, cualquier intento de «empoderar» a las mujeres «generizando» estas agencias no solo será improductivo, sino que producirá por fuerza un efecto mistificador, que posibilitará a estas agencias la cooptación de las luchas que llevan a cabo las mujeres contra la agenda neoliberal y por la construcción de una alternativa no capitalista[5].