«Toda obra de arte es autobiográfica». Este fue el primer pensamiento que vino a mi mente al terminar de leer los siete relatos de Reina Roffé que son siete obras de arte. En casi todos, la protagonista es una escritora argentina que ―según sabemos― vive desde hace varias décadas en España. En el libro aparece un “alter ego” o el propio “yo” de la autora, que rememora vivencias, ideas y sentimientos, para transmutarlos en algo mayúsculo, que supera lo real, conformando así su elaborada y seductora construcción literaria. En este caso ―con chispazos de recuerdos, añoranzas y lúcidas observaciones―, da la impresión de que Roffé está presente en cada una de las tremendas historias que nos va contando, en primera o en tercera persona, y que suceden en distintos momentos de su vida. El sentimiento de destierro en la protagonista, que se traslada de un texto a otro, es primigenio, consubstancial. Refugiada ―desde su infancia en Buenos Aires― en su cápsula, en su mundo, va escurriéndose entre las personas y las geografías, con el deseo de huir y fugarse de situaciones y de seres que le son hostiles. Y el resultado de ese desamparo existencial son estos relatos, que presentan sin anestesia, la más audaz, sincera y conmovedora de las confesiones. Como narradora, la temática de Reina Roffé es siempre atrapante, transgresora; en lo formal, su estilo es bello y elaborado. En su esencia moran una poeta y una ensayista, una pensadora escéptica y decepcionada que yo calificaría como “casi cioraniana” por esa «vitalidad del pánico” y ese su «apagón interno” que ella misma afirma albergar.