Tenemos, entre nuestras manos, un puñado de cuentos refrescantes. En Letras minúsculas está presente el mismo humor criollo que funcionó tan bien en Segunda persona, primer libro de Isabel. Ahora sazona la historia clásica de la Caperucita roja y otras, con ocurrencias agudas; mira el entorno panameño con la sorpresa de los extraños y nos provoca una risa que contenemos apenas; además, por momentos, enternece al lector. Buen trabajo.