El color de las cosas invisibles

La única excusa válida
para no vivir es estar muerta.

Bajo los ojos de otros yo no sentía nada.

—Siempre me apetece verte —

—Yo quiero ser el mejor.

—Pues entonces tendrás que trabajar mucho para serlo.

El beso fue dulce, sentido, perfecto.

Qué lástima que jamás existiera.

—¿En qué demonios estabas pensando? —lo reñí.

Jack ya no se miraba la mano, sino a mí. Mi boca. Mi nariz. Mis ojos.

Suspiró y se lamió los labios.

—En ti.

Así que fui tu primer amor.

—Supongo. Yo para ti debí de ser la número treinta y ocho. ¿La treinta y nueve?

—Quizá la cuarenta y uno —le guiño un ojo y tensa los labios—, pero ¿sabes qué? Fuiste la única con la que deseé que de verdad funcionara.

Decir en alto, por ejemplo, que en el instituto tú me hiciste creer que te gustaba otro mientras yo fingía que no me había enamorado de ti

Estaré a tu lado para buscar nubes, Rain.

—¿Cuándo?

—Cuando ella ya no pueda

—Oh, ya veo. Aunque déjame decirte que podrías haber ganado al mismísimo Kasparov de haberla tenido a ella cerca.