Imagínate: un piano. Las teclas empiezan. Las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho, sobre eso nadie puede engañarte. No son infinitas. Tú eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear. Ellas son ochenta y ocho. Tú eres infinito. Eso a mí me gusta. Es fácil vivir con eso. Pero si tú /
Pero si yo subo a esa escalerilla, y frente a mí /
Pero si yo subo a esa escalerilla, y frente a mí se extiende un teclado con millones de teclas, millones y trillones /
Millones y trillones de teclas, que nunca se terminan y ésa es la verdad, que nunca se terminan y que ese teclado es infinito /
Si ese teclado es infinito, entonces /
En ese teclado no hay una música que puedas tocar. Te has sentado en un taburete equivocado: ése es el piano en el que toca Dios /
¡Por los clavos de Cristo!, pero ¿tú viste aquellas calles? /
Contando sólo las calles, las había a millares, ¿cómo os las arregláis para escoger una? /
Para escoger una mujer /
Una casa, una tierra que sea la vuestra, un paisaje para mirar, una forma de morir /
Todo ese mundo /
Ese mundo encima que ni siquiera sabes dónde acaba /
Y cuánto hay /
¿No tenéis miedo de acabar destrozados sólo con pensar en esa enormidad, sólo con pensar en ella? Y para vivirla... /
Yo nací en este barco. Y por aquí pasaba el mundo, pero a razón de dos mil personas cada vez. Y aquí había también deseos, pero no más de los que caben entre una proa y una popa. Tocabas tu felicidad sobre un teclado que no era infinito.