—Te amo, mujer idiota —dijo, agitando los brazos como un loco.
Era increíble a qué lo reducía ella. No recordaba ninguna ocasión en que hubiera perdido los estribos de esa manera, no recordaba una ocasión en que alguien lo hubiera enfurecido tanto que casi era incapaz de hablar.
Aparte de ella, claro. Apretó fuertemente los dientes.
—Eres la mujer más irritante, más frustrante…
—Pero…
—Y «nunca» sabes cuándo parar de hablar, pero, ¡Dios me asista!, te amo de todos modos…
—Pero, Gareth…
—Y si tengo que atarte a la maldita cama solo para tenerte a salvo de ti misma, lo haré.
—Pero, Gareth…
—No digas ni una palabra. Ni una sola maldita palabra —dijo él, moviendo el índice hacia ella de una manera muy poco educada.