Gabriel García Márquez tenía seis años cuando el abuelo lo llevó casi a rastras a la casa de su amigo más cercano, quien se acababa de suicidar. «Lo primero que me estremeció en el dormitorio desordenado –cuenta nuestro nobel de literatura– fue el fuerte olor de almendras amargas del cianuro que El Belga había inhalado para morir».
El Belga, con casi todas sus características reales, se convirtió en Jeremiah Saint-Amour en El amor en los tiempos del cólera. La imagen del niño frente al cadáver del belga muerto en medio de una habitación en Aracataca es la escena que se desarrolla de comienzo a fin en La Hojarasca, y es el momento de pánico al que Gabo le atribuye buena parte de su vocación literaria. Y «la nostalgia de las almendras amargas» se convirtió en el título del libro que el periódico EL TIEMPO e Intermedio Editores publicamos como homenaje a Gabriel García Márquez con ocasión de su muerte, no suficientemente llorada. («Te sobra el adverbio terminado en mente», habría dicho él al leer esta frase.)