Eran las once de la mañana de un martes más bien gris, cuando nos encontramos en un café. Dos escritores iniciando en este mundo de las letras, cada uno con una publicación reciente y con las ganas de seguir pasando a palabras las ideas que teníamos en la cabeza.
Ahora nos damos cuenta de que fue una feliz coincidencia. En ese momento no sabíamos cómo iban a salir las cosas… y aún hoy no lo tenemos claro. No sabemos qué viene después de la curva; en la vida no siempre sirven los mapas ni los comodines.
—Juan ¿Cómo fue que empezamos?
—Yo estaba envuelto en mil oficios, como siempre, y el rector del CESA me dijo que un investigador de la Universidad del Rosario me quería contactar para trabajar conmigo en una exploración sobre empresarios y academia. Al comienzo, si le soy sincero, no es que me muriera de las ganas. No tenía mucho interés, sobre todo porque estaba saliendo de la publicación de mi libro La fábrica de ideas y no quería saber nada de libros, ni de investigaciones, ni nada parecido.
Aun así nos sentamos a hablar y, a pesar de mis prejuicios, la conversación fluyó de manera inesperada sobre otros temas: café, música, champeta, África y, sobre todo, acerca de empresa, artistas y de los prejuicios sobre los títulos universitarios, asuntos sobre los que siempre he tenido interés.