Las emociones transcurren de una manera filogenética, es decir que provienen de una herencia biológica que trasciende al individuo. Son modelos de reacción que vienen de muy lejos en la historia de la evolución de los organismos biológicos. Cada día comprendemos mejor las emociones en el reino animal y vemos cómo hay gestos muy parecidos. A veces se ve en un mono, por ejemplo, la misma actitud corporal que adopta una persona cuando está pensando. En uno de mis libros de gráficos publiqué una fotografía de mi nieta, que en su primer día de recién nacida estaba en su cuna apoyando su mentón en su puño, en la misma actitud que vemos en el pensador de Rodin. Y allí también podemos ver un chimpancé que, con su mano, abraza su mentón en un gesto similar. Hoy sabemos que con las alteraciones de los órganos ocurre algo semejante. Las emociones se configuran como un proceso vegetativo, de índole secretor, porque se segregan hormonas y se segregan enzimas, pero también motor, porque las vísceras se mueven, se producen espasmos, dilataciones, congestiones…, y todo de acuerdo con una figura típica que se aprendió filogenéticamente, es decir, en el remoto pasado, y se repite. Funciona como un procedimiento primitivo, como un pensamiento prepensado y automático.