La cura mortal

Thomas observó el techo como si esperara que eso ocurriera en aquel mismo
instante.
—Ya

todo de su mente y la atrajo hacia él.

Ella se inclinó y lo besó en la mejilla, luego en los labios.

—¿Qué está pasando por esa cabecita? —preguntó Brenda.
—Absolutamente nada. Por un tiempo, no voy a pensar más —afirmó, y hablaba en serio. Por primera vez en toda su vida, estaba libre y a salvo, y ese logro le había costado muy caro.
A continuación, Thomas hizo lo único que se le ocurrió. Extendió la mano y tomó la de Brenda.
En respuesta, ella le dio un apretón.

En ese momento, se juró a sí mismo no contarle jamás a Minho lo que le había hecho a Newt.

—Mi cerebro miertero no puede pensar un segundo más. Que haga lo que quiera. Vámonos.
—Esa es buena —repuso Thomas.

Está bien —repuso él y le apretó la mano.

Zigzagueó entre hombres, mujeres y niños hasta que por fin divisó a Brenda. Ella se abrió camino hasta él, lo envolvió en un abrazo y le dio un beso en la mejilla. Thomas deseó con todas sus fuerzas que la lucha acabara ahí mismo, que estuvieran seguros sin tener que dar un paso más.

—Pensar que eras un cocinero desastroso para cincuenta tipos; ¿qué pasaría si hubieras tenido que alimentar a este ejército?
—Siempre tan cómico, Thomas. Eres un tipo muy gracioso, estoy contento de verte —y sus ojos se agrandaron—

¿No crees que es mejor que subamos ya? —preguntó Brenda.