El miedo al amor es como el miedo a los gatos. A la sibilina imprecisión del silencio, a la felina predisposición al capricho. El miedo a que se te suban encima de repente, sin avisar, las pisadas mitigadas por la almohadilla suave de sus patas. A que se te acerquen, se te instalen, te acaricien, ronroneen y entonces, cuando ya te hayas acostumbrado a su calor y su forma, sin dar explicación alguna, se vayan. Es el miedo a que te desdeñen, a que te ignoren, a que parezcan mullidos y saquen las zarpas, a que parezcan mininos y te bufen. Es el miedo a la inconstancia, a la incoherencia, al gesto repentino.