Robert Darnton y otros, han matizado esta idea, considerando que, tal vez, los escritos filosóficos no habían tenido la importancia que se les dio en la historia intelectual y la historia de las ideas y que lo que se debía considerar era más bien la circulación, muy fuerte a partir de 1760 y 1770, de toda la literatura clandestina, o más o menos clandestina: la literatura de los panfletos, de los libelos, de las crónicas escandalosas y de los textos, a la vez pornográficos y políticos, que ofrecían una visión particularmente negativa de la aristocracia, de la corte, de la reina y, finalmente, del rey mismo.23 Se produjo una suerte de erosión de las creencias tradicionales a través de la lectura de este tipo de literatura, que no era filosófica en el sentido clásico, pero que era «filosófica» en el sentido que les daban los libreros-editores, que designaban como «livres philosophiques» a todos los libros prohibidos impresos fuera de Francia: en Ginebra, en Neuchâtel, en los pequeños estados alemanes, o en Londres y Ámsterdam. Esta es una nueva manera de pensar la relación entre la cultura escrita y la Revolución de 1789, que hace hincapié en esta literatura clandestina que socavó y agrietó las creencias tradicionales, preparando así la ruptura acontecida en 1789.