Sed

Cuando la gente habla por hablar, ni siquiera finjo estar escuchando.

–¿En qué estás pensando? –pregunta mi madre.

–En José.

–¿Por qué lo llamas así?

–Ya lo sabes

Siempre supe que me condenarían a muerte. La ventaja de esta certeza es que pude centrar mi atención en lo que la merece: los detalles

Todos probaban el nuevo vino con la mirada que se espera en las ceremonias religiosas. Reprimí unas ganas colosales de reír. Así que mi padre había considerado adecuado que descubriera aquel poder en un momento en que faltaba el vino. ¡Menudo humor! ¿Y cómo desaprobarlo? ¿Acaso existe algo más importante que el vino? Llevaba el tiempo suficiente siendo hombre para saber que la alegría no mana de una fuente y que el mejor de los vinos suele ser el único medio de encontrarla.

Qué gratitud despertarse en una playa después de haberse amado!

¡Durmamos con un amor loco!» Luego se acurrucaba en cuchara contra mí y se quedaba dormida al instante. Nunca he dormido bien, así que era como si ella durmiera por los dos.

Ese deslumbramiento es Dios.
No es la metáfora de Dios, repito. El amor que en ese instante experimentáis a través del sorbo de agua es Dios. Soy el que consigue experimentar ese amor por todo lo que existe. En eso consiste ser Cristo.

Que el sediento posponga el momento de beber.

A dejar de tener sed, en cambio, no le llamamos de ningún modo.

En verdad os digo: cultivad lo que sentís cuando os estáis muriendo de sed. Este es el impulso místico

«El que bebe de esta agua nunca volverá a tener sed»: nunca dije nada parecido, habría sido un contrasentido.