Sed

Cuando la gente habla por hablar, ni siquiera finjo estar escuchando.

–¿En qué estás pensando? –pregunta mi madre.

–En José.

–¿Por qué lo llamas así?

–Ya lo sabes

Siempre supe que me condenarían a muerte. La ventaja de esta certeza es que pude centrar mi atención en lo que la merece: los detalles

Todos probaban el nuevo vino con la mirada que se espera en las ceremonias religiosas. Reprimí unas ganas colosales de reír. Así que mi padre había considerado adecuado que descubriera aquel poder en un momento en que faltaba el vino. ¡Menudo humor! ¿Y cómo desaprobarlo? ¿Acaso existe algo más importante que el vino? Llevaba el tiempo suficiente siendo hombre para saber que la alegría no mana de una fuente y que el mejor de los vinos suele ser el único medio de encontrarla.

Hay que aceptar este misterio: no puedes concebir lo que los demás ven en tu rostro.

¿Cómo sabes que tienes fe? Es como el amor, lo sabes.

Para experimentar la sed hay que estar vivo.

Morir es mejor que la muerte, igual que amar es mucho mejor que el amor.

Nunca pienso en la crucifixión. No era yo.

se trata de indiferencia sino de otra manera de amar. Es como si los muertos se hubieran convertido en lectores:

en todas partes. Todos hemos conocido por lo menos a uno: el ser perpetuamente contrariado, el insatisfecho crónico, el que, invitado a un banquete suntuoso, solo se fijará en qué alimentos faltan. ¿Por qué iban a verse privados de su pasión por la queja en el momento de morir? Están en su perfecto derecho de echar a perder su muerte.