La niña se entretenía en quitarme el suelo en el que me apoyaba y sustituirlo por el suyo. Y eso era solo el principio: si le hacía caso, si me abandonaba a su voluntad, sabía que aquel día y aquel espacio del piso se abrirían a muchos tiempos diferentes, a un montón de lugares, y a personas y a cosas y a Olgas distintas que mostrarían, todas a la vez, los hechos reales, los sueños y las pesadillas, hasta crear un laberinto tan intrincado que nunca podría salir de él.