El presidente, en particular, es un títere: no ejerce poder real alguno. En apariencia, es nombrado por el gobierno, pero las dotes que se le exige demostrar no son las de mando, sino las del desafuero calculado con finura. Por tal motivo, la designación del presidente siempre es polémica, pues tal cargo siempre requiere un carácter molesto pero fascinante. El trabajo del presidente no es el ejercicio del poder, sino desviar la atención de él.