Es cierto, mi señor –escribió a su oponente– que la historia registra nombres de grandes traidores que rompieron su honor, no cumplieron sus promesas y que traicionaron a su propio partido, su origen y lo más sagrado en un hombre de honor, y que el fundamento de esta traición fue un orgullo falso y el deseo vil de satisfacer sus propios móviles y sus instintos más bajos. Pero el que actualmente detenta el puesto de presidente de la República, que proviene de las capas más profundas del pueblo, habrá de morir, si Dios quiere que así muera, siendo fiel a su honor en concordancia con las aspiraciones y con la conciencia de la nación que dirige. Yace en la voluntad de cada individuo violar los derechos del otro, arrancarle su propiedad, poner en peligro la vida de aquellos que luchan por la libertad, cifrar sus virtudes como crímenes y sus vicios como virtudes. Pero hay algo que escapa al horizonte de la maldad, y ello es el poderoso juicio de la historia. La historia nos juzgará.7