Rolling Thunder

Es un cineasta del instante.

además, encima de su talento manejando la pistola, resulta que es un erudito en H. P. Lovecraft y se conoce hasta el último resquicio de los espeluznantes refugios del viejo en Nueva Inglaterra.

Manos antiguas, demoníacas, no humanas, que casi dan miedo.

Paramos en el Salón Nick’s, un pequeño y deprimente bar de Massachusetts que es propiedad de Nick Sampas, el cuñado de Kerouac.

FANS
Los fans son más peligrosos que un hombre con un arma, porque andan persiguiendo algo invisible. Algún «algo» imaginado. Por lo menos con una pistola sabes a lo que te enfrentas.

Dylan disparando desde la cadera en «Durango». Se la dedica a Sam Peckinpah. Extraño espasmo con la Fender. En «Isis» se convierte en un bailarín satánico de Haití, sujetando el sombrero como si estuviera a punto de salir arrastrado por un tornado.

Los trémolos de Joan resuenan hasta en el último rincón del atestado dormitorio de la anciana. Durante un segundo, todo lo que hay se queda quieto y, simplemente, escucha.

-Bone Burnett, un hombre nada dado a medir sus palabras, revolotea por detrás de mí. Desprende una peculiar aura de locura. Es el único de la gira del que no estoy seguro de que tenga cierto control sobre su lado oscuro violento. No es que dé miedo, es que está loco. Estoy

Nos dirigimos al ascensor del Gramercy Park y yo voy pensando en los vaqueros. En la condición de vaquero. En la «vida real» y la «fantasía». En rehacerte a ti mismo a partir de todo lo que alguna vez te afectó. De Pecos Bill a la Rolling Thunder Revue.

–¿Shepard? ¿Qué Shepard? ¿Es usted el que mató a su mujer?

–No, soy el astronauta