«Dos mujeres, madre e hija, sumidas en la sobredosis inquebrantable del amor, sometidas a sus designios. ¿Qué es esto? ¿Un extenso poema, una biografía caldeada en el dolor de una hija, una serie de microrrelatos girando en torno a una madre, un ensayo (a lo Cixous) sobre la llegada a la escritura, un recuento de lecturas sobre las tensiones entre mujer y madre? Todo eso y más en Una madre es un piano triste.
Lo primero que este refinado libro de Malusardi pone en cuestión, es la noción de género. Género literario mutante en sus pliegues y derivas. Género mujer en el nudo de capitán de la maternidad (presente, ausente, elegida, rechazada), desde una cultura familiar hecha también de géneros (el abuelo sastre que mide el terco resplandor de la memoria, la costura de la histerectomía en el vientre, la madre que cose en la Singer sus sueños y los de la hija como en aquella pintura de Berni, el zurcido matriz que conduce a la escritura). Un libro sobre los hilos, las texturas y los bordes. Sobre su escritura en la piedra, sobre la gran tijera que corta sin escrúpulos y cose el daño, el hilo oculto de la niñez.
En el camino, María se deja acompañar por otres (Ernaux/ Cixous/ Quignard/Tsvietáieva/Kertész/Rich/Lazarre/Gornick/Meruane/Bachmann/Gervitz), no da puntada sin hilo, superpone, recubre, despliega, repliega, para escribir -como quien hace música— un libro sobre la abundancia y la carencia, la potencia y la falta, y lo que eso hace en un cuerpo, en lo que le hacen a un cuerpo y en lo que un cuerpo se hace a sí mismo. El resultado es un libro sobre el transcurso del tiempo, la mendicidad del amor, el vacío y el miedo, pero sobre todo un libro sobre la lengua (Una armadura. Un armario. Un arma), sobre su sonoridad, porque la lengua es la madre de todas las madres» (María Teresa Andruetto).