Claro que los grafiteros nunca escribían nada importante. Sólo sus nombres repetidos hasta la saciedad, cada vez más grandes, llamativos y coloridos. De hecho, pensándolo bien, empleaban la misma estrategia que las cadenas de comida rápida en las vallas publicitarias de todo el país. Simple autopromoción. Más ruido, eso era todo. No escribían porque necesitaran desesperadamente decir algo, tan sólo anunciaban su marca. Tanto colarse en todas partes y tanto correr riesgos para acabar produciendo algo que no hacía más que regurgitar la estética dominante. Era deprimente. Incluso la subversión había terminado subvertida.