Los poemas de este libro de difícil sencillez son un pausado asedio a la piel del mundo, materia que los ojos de la poeta reconocen como perfectamente visible, aunque muchos la dejen de ver. Y la materia, iluminada por dentro, le devuelve a la poeta el reflejo de sí misma, de tal manera que al nombrar el mundo (árboles, papalotes, niños, playas) se autorretrata, como sucede siempre con la buena poesía.