Una familia aparece asesinada en su propia casa. Hay puñaladas, hay disparos, hay cuerpos carbonizados. La intimidad de un hogar se ha vuelto pública: se ha transformado en una escena del crimen, en el espacio en el que los especialistas que comanda Santiago Soler buscarán huellas, rastros, indicios que permitan configurar quién llevó a cabo el asesinato y cómo lo hizo.
El crimen, sin embargo, no parece simple de resolver: las víctimas no tenían enemigos aparentes, sino, por el contrario, una reputación intachable, el respeto y la consideración de sus allegados. Además, comienzan a sucederse una serie de secuestros relacionados con el caso, lo que hace que la resolución se vuelva urgente, imperiosa, necesaria: los secuestradores se regodean enviando videos snuff en los que se ve con claridad cómo matan a las mujeres que tienen cautivas.
En medio de esta vertiginosa sucesión de acontecimientos, Santiago Soler deberá unir la meticulosidad y la calma de la ciencia forense con la acción de quien no tiene tiempo de medir consecuencias. El análisis de rastros y las autopsias con las persecuciones y los disparos.
El otro extremo de la piel se llevó hacia atrás, como cuando se da vuelta una media, y entonces apareció el cráneo de un blanco amarillento. Luego, encendieron la sierra eléctrica circular, que emitió un sonido mezcla de torno y taladro. Cuando los dientes de la máquina tocaron el hueso craneal, una nube de polvo blanco flotó en el aire de la sala.
Gastón Intelisano, a través Santiago Soler, personaje y álter ego, con la minuciosidad y precisión de las descripciones, con la inquietante acción a cada página, ha inaugurado un nuevo territorio a explorar en el policial argentino: el cuerpo.