Para mí, es esa aproximación progresiva al punto de no retorno lo que resulta fascinante: a lo largo de todo el trayecto charlan, se hacen confidencias, se dirigen apelativos cariñosos, pues su vida seguía oficialmente intacta. No eran delincuentes. Cuán asombrosamente lejos llega la normalidad; cómo puede uno seguir teniéndola a la vista como si estuviera en una balsa que va alejándose en el mar mientras la tierra se hace más y más pequeña.