Entre la traducción y la filosofía prevalece una larga y difícil relación. Por un lado, la traducción de filosofía, entendida como su multiplicación ad infinitum en diferentes lenguas, se opone a un corpus filosófico ideal, en el cual de Platón a Derrida, la tarea de escribir y pensar sería independiente de la materialidad lingüística. Por el otro, un corpus filosófico real, esto es, desperdigado en múltiples traducciones siempre parciales y provisionales, más que proyectar un corpus unificado, refracta la actividad intelectual de las comunidades en que se inscribe. Este libro busca arrojar luz sobre una región de ese corpus filosófico real, esto es, aquella que contribuyó a la construcción de un discurso filosófico en español, desde México en las tres décadas comprendidas entre 1940 y 1970. En ese contexto, traducir filosofía fue también involucrarse en la producción de formas de ser, decir y hacer. La traducción sirvió de objeto de polémica, punto de partida, de encuentro y de llegada a múltiples trayectorias intelectuales. Su papel en la importación y recepción de corrientes filosóficas estuvo inevitablemente ligado a la influencia de sus artífices, los traductores, quienes, a su vez, aprovecharon la palestra para expresar distintas concepciones del quehacer filosófico. En suma, entre un hacerse con las palabras de otros, apropiándoselas, y un hacerse de palabras con otros, en abierta disputa, en México, la vocación del filósofo echó mano y se definió en ese punto ciego de la escritura que es la traducción