Entre los intelectuales y la producción artística popular siempre hubo (y hoy más que nunca, con las formas modernas de «cultura de masa» y sobre todo el cine) una relación cambiante: primero de rechazo, de suficiencia desdeñosa, después de interés irónico, y luego de descubrimiento de valores buscados en vano en otra parte. En definitiva el hombre culto, el poeta refinado, se apropia de aquello que era diversión ingenua, y lo transforma.