Hubo un día que no se puede datar en el que mi papá se rindió. En el doblez de esa hoja redujo las salidas de su casa, comenzó a alejar a sus amigos y se volvió sólo una voz en sus redes sociales. Casi no iba a trabajar.
Un día me llamó su jefe, una persona a la que yo no conocía. Me dijo que mi papá llevaba un tiempo sin entregar nada, sin presentarse apenas. Trabajaba en una instancia de gobierno, se conocían desde hacía años y le tenía cariño. Me citó. Cuando colgué, sentí que quería vomitar. Todavía lo siento hoy.