Dios fulmine a la que escriba sobre mí

Los objetos son inertes y sólo tienen significado en función de la vida que los emplea. Cuando esa vida se termina, las cosas cambian, aunque permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas tangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen.

Marguerite Yourcenar decía que una de las mejores maneras de conocer a alguien es a través de sus libros. Algo de verdad debe haber ahí.

Espero que mis gatas del futuro sean grandes lectoras porque, como van las cosas, serán mis herederas universales.

veces la melancolía me invita a escribir mi propio monumento, en el que papá carezca de asperezas, y de paso me evite que lo juzguen con la dureza con que yo misma lo juzgué. Hacer un héroe. Un poeta incomprendido en contra del mundo. Un panfleto de amor.

objetos de quien muere son algo así como utilería en una película que ya se terminó de filmar. Reposan en el limbo de haber cumplido su propósito.

El abrazo más necesario. Somos también lo que hemos sido para las demás.

problema es que en algún momento nos damos cuenta de que nuestros padres son falibles y, lejos de reconocerles como humanos, nos enojamos por su falta.

Ese rencor que he cargado por años tiene el sabor de un sueño perdido: el de haber perdido a un héroe y haber encontrado a un hombre.

La lógica es que si ya está todo escrito, puedo librar a mi mente de su obligación de ser un museo.

Quizás valga la pena pensar en los garabatos de cada persona a nuestro alrededor antes de que no esté más. Escribirlos en presente.