el seno de mi religión, de mi patria, mi familia y mis amigos, habría vivido tranquila y dulcemente, cual convenía a mi carácter, en la monotonía de una ocupación grata y de una sociedad propia para mi corazón. Habría sido buen cristiano, buen ciudadano, buen padre de familia, buen artesano; en resumen: un hombre de bien. Hubiera vivido satisfecho de mi profesión, quizá le hubiera hecho honor y, al final de una vida oscura y sencilla, pero dulce y uniforme, hubiera muerto en paz, rodeado de mis deudos y amigos, y, aunque olvidado al poco tiempo, a lo menos habría sido llorado mientras se hubiese conservado mi memoria.
En lugar de todo esto… ¡Qué espectáculo voy a presentar! ¡Ah, no nos anticipemos en hablar de las miserias de mi vida!