Una vibra pesada comenzó a invadirme. Y un nudo se formó en mi garganta. Empecé a sentir unos irremediables deseos de llorar. Estar metido en Chiconautla, y pensar en que todos aquellos cabrones, sin importar qué hubieran hecho, tenían que vivir bajo ese volcán, hizo que me derrumbara. Conseguí aguantarme las lágrimas. Por temor a que no fuera bien visto llorar dentro del penal, aunque por dentro estuviera seguro de que en su interior no sólo todo el mundo lloraba, también reía, gozaba, cogía, se enamoraba