La investigación es resultado de la curiosidad, y como tal está determinada por la condición natural que tiene el ser humano de aproximarse al mundo, no solamente para vivirlo sino para conocerlo; su natural disposición para comprender las razones por las que ocurren ciertos hechos, o de medir las consecuencias de sus acciones.
Gracias a ello, hombres y mujeres encuentran las herramientas que les son necesarias para modificar su entorno y, en últimas, para hacerlo más deseable, más cercano a sus necesidades. Así, la curiosidad resulta común a todos los seres humanos, que la desarrollan más o menos según su necesidad o su contexto. Sin embargo, la idea misma de investigación varía de manera significativa según el entorno del que se hable.
Actualmente, la investigación está relacionada con el conocimiento formal; es decir, con el que se desarrolla en la academia y con el método científico. Y sus acepciones varían según la disciplina en la que se desenvuelva, lo mismo que sus alcances y sus propósitos.
En general, en el mundo académico el concepto cuenta con un relativo consenso frente a su definición general, relacionado con el proceso de buscar información, procesarla y analizarla de acuerdo a ciertos métodos y bajo una dirección teórica, para poder generar conocimiento nuevo (Collis & Hussey, 2009). De esta manera, el propósito de la investigación académica debe ir más allá de la simple especulación o de los supuestos personales sobre el fenómeno específico que se quiere conocer. Lo que busca es abordarlo metódicamente y con rigor, para llegar a conclusiones válidas y replicables; con ello se articula la generación de conocimiento, que se constituye como uno de los principales propósitos del ejercicio académico.