Una imagen es capaz de desconcertar y renovar a la vez nuestro lenguaje, y por lo tanto nuestro pensamiento. Es justamente porque las imágenes nos desconciertan por lo que deben ser miradas, interrogadas, es ahí en medio del desconcierto y del no-saber donde un conocimiento puede sacar su momento decisivo: “saber mirar una imagen sería, en cierto modo, volverse capaz de discernir el lugar donde arde, el lugar donde su eventual belleza reserva un sitio a una señal secreta, una crisis no apaciguada, un síntoma. El lugar donde la ceniza no se ha enfriado.”
Nota