En «La mujer que era», Vivian Dragna libera su voz poética con honestidad de fuego y parece incendiar cada recodo de una vida pasada latente en la memoria del cuerpo. Sus versos activan la velocidad del pensamiento, son íntimos en su relación con la piel y especialmente en su autoconciencia. El yo poético explora su propia vulnerabilidad con fiereza, como un ejercicio de reconstrucción que transita tanto lo vital como el extravío, en el cual la palabra directa es detonante y a la vez antídoto.