No tenía fuerzas para luchar. Sabía que estaba demasiado abajo para que la salvaran.
—Suéltame, Percy —dijo con voz ronca—. No puedes subirme.
Él tenía el rostro pálido del esfuerzo. Annabeth podía ver en sus ojos que sabía que era inútil.
—Jamás —dijo Percy. Miró a Nico, cuatro metros más arriba—. ¡En el otro lado, Nico! Os veremos allí. ¿Lo entiendes?
Los ojos de Nico se abrieron desorbitadamente.
—Pero…
—¡Llévalos allí! —gritó Percy—. ¡Prométemelo!
—Yo… te lo prometo.
Debajo de ellos, la voz se rió en la oscuridad. «Sacrificios. Preciosos sacrificios para despertar a la diosa.»
Percy agarró más fuerte la muñeca de Annabeth. Él tenía la cara demacrada, llena de arañazos y manchada de sangre, y el cabello cubierto de telarañas, pero cuando la miró fijamente, a ella le pareció que nunca había estado más guapo.
—Seguiremos juntos —prometió Percy—. No te separarás de mí. Nunca más.
Fue entonces cuando ella entendió lo que pasaría. «Un viaje solo de ida. Una caída muy dura.»
—Mientras estemos juntos —dijo ella.
Oyó que Nico y Hazel seguían pidiendo ayuda a gritos. Vio la luz del sol muy por encima, tal vez la última luz del sol que viera en la vida.
Entonces Percy soltó el pequeño saliente y juntos, cogidos de la mano, él y Annabeth cayeron en la oscuridad infinita.
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